"Extrañamente, las ciencias naturales de la anglofonía se han
venido volcando un poco -tímidamente, por ahora- hacia su
combinación profunda con las humanidades, empezando a escuchar
tradiciones como la de la denominada Escuela Neurobiológica
Argentino-Germana. Su principal exponente es Edward O. Wilson.
Pero en vez de profundizar en las humanidades como la mencionada
tradición iberoamericana, ponen como condición de su articulación
el concebir a los seres humanos como hormigas." (Mario Crocco,
"Diferencias entre neurociencias anglófonas y neurobiología iberoamericana",
en FOLIA NEUROBIOLÓGICA ARGENTINA XIII (2017),Colección de Estudios
Iberoamericanos del Nexo Psicofísico - Cuaderno II: Mariela Szirko,
Evolución histórica de la Escuela Neurobiológica Argentino-Germana:
principales sobre vida, cerebro, psiquismo, y nexo psicofísico
-Algunos textos fundantes de Christofredo Jakob, Ramón Carrillo,
Mariela Szirko y Mario Crocco (Buenos Aires y Barcelona).
P. 15: "El lector verá enseguida por qué creo que los pensadores
de la Ilustración de los siglos XVII y XVII acertaron en gran
parte la primera vez. ... La mayor empresa de la mente siempre
ha sido y siempre será el intento de conectar las ciencias con
las humanidades. La actual fragmentación del conocimiento y el
caos resultante en la filosofía no son reflejos del mundo real,
sino artefactos del saber. Las proposiciones de la Ilustración original
se ven cada vez más favorecidas por la evidencia objetiva, procedente
en especial de las ciencias naturales.
La clave de la unificación es la consiliencia. Prefiero esta palabra
a «coherencia», porque su rareza ha conservado su precisión,
mientras que coherencia tiene varios significados posibles,
uno de los cuales es consiliencia."
Pp. 433-436: "la opinión de biólogos y conservacionistas
es prácticamente unánime: la única manera de salvar la Creación
con el conocimiento actual es mantenerla en los ecosistemas
naturales. Considerando lo rápidamente que estos habitáts
se están reduciendo, incluso esta solución directa será
una tarea gigantesca. De algún modo, la humanidad ha de
encontrar la manera de pasar por el atolladero sin destruir el
ambiente del que depende el resto de la vida.
El legado de la Ilustración es la creencia de que sobre la base
de nuestro propio esfuerzo podemos conocer y, al conocer,
comprender, y al comprender, escoger con prudencia. Esta
autoconfianza ha aumentado con el crecimiento exponencial
del saber científico, que está siendo tejido en una red creciente
y completamente explicativa de causa y efecto. En el decurso
de la empresa, hemos aprendido mucho acerca de nostros
mismos como especie. Ahora comprendemos mejor de
dónde procede la humanidad, y qué es. El Homo sapiens, como
el resto de seres vivos, fue autoensamblado. De modo que
aquí estamos, y nadie nos ha conducido hasta esta situación,
nadie ha mirado por encima de nuestro hombro: nuestro
futuro está completamente en nuestras manos. Al haber reconocido
de esta manera la autonomía humana, ahora habremos
de sentirnos más dispuestos a reflexionar acerca de
adonde queremos ir.
En tal empresa no hay suficiente con decir que la historia se
despliega mediante procesos demasiado complejos para un
análisis reduccionista. Esta es la bandera blanca del intelectual
seglar, el equivalente modernista y perezoso de La Voluntad
de Dios. Por otra parte, es demasiado pronto para hablar
en serio de objetivos últimos, como ciudades perfectas rodeadas
de verde y expediciones robotizadas a las estrellas más
próximas. Es suficiente con hacer que el Homo sapiens se instale
felizmente antes de que arruinemos el planeta. Se necesita
una cantidad importante de pensamiento serio para navegar
por las décadas inmediatas. Estamos mejorando en nuestra
capacidad de identificar opciones de la economía política que
es muy probable que sean ruinosas. Hemos empezado a sondear
los cimientos de la naturaleza humana, que ha revelado
qué es lo que más necesita la gente y por qué. Estamos entrando
en una nueva era de existencialismo, no el existencialismo
absurdo de Kierkegaard o Sartre, que daba autonomía completa
al individuo, sino el concepto de que sólo el saber unificado,
compartido universalmente, hace posible la previsión
precisa y la opción prudente.
En el decurso de todo ello estamos aprendiendo el principio
fundamental de que la ética lo es todo. La existencia social
humana, a diferencia de la animal, se basa en la propensión
genética a formar contratos a largo plazo que por la
cultura evolucionan en preceptos morales y ley. Las reglas
de la formación de tales contratos no se le dieron a la humanidad
desde arriba, ni surgieron aleatoriamente en la mecánica
del cerebro. Evolucionaron a lo largo de decenas o
cientos de milenios porque conferían supervivencia y la
oportunidad de estar representados en las generaciones futuras,
a los genes que los prescribían. No somos niños errabundos
que ocasionalmente pecan por desobedecer instrucciones
procedentes del exterior de nuestra especie. Somos
adultos que hemos descubierto qué pactos son necesarios
para la supervivencia, y hemos aceptado la necesidad de asegurarlos
mediante juramento sagrado.
En principio, puede parecer que la búsqueda de la consiliencia
aprisione la creatividad. Ocurre exactamente al revés.
Un sistema unido de conocimiento es la manera más segura
de identificar los ámbitos de la realidad todavía no explorados.
Proporciona un mapa claro de lo que se sabe, y enmarca
las cuestiones más productivas para la indagación futura.
Los historiadores de la ciencia observan con frecuencia que
plantear la pregunta correcta es más importante que obtener
la respuesta correcta. La respuesta correcta a una pregunta
trivial es también trivial, pero la pregunta correcta, aunque
sea insoluble de forma exacta, es una guía para los grandes
descubrimientos. Y así será siempre en las excursiones futuras
de la ciencia y en los vuelos imaginativos de las artes.
Creo que en el proceso de localizar nuevas avenidas de
pensamiento creativo llegaremos también a un conservadurismo
existencial. Vale la pena preguntarse repetidamente:
¿dónde están nuestras raíces más profundas? Somos, a lo que
parece, primates catarrinos del Viejo Mundo, animales emer-
gentes brillantes, definidos genéticamente por nuestros orígenes
únicos, bendecidos por nuestro genio biológico de reciente
origen, y seguros en nuestra patria si así lo deseamos. ¿Qué
significa todo ello? Esto es lo que significa. En la medida en
que dependemos de dispositivos protésicos para mantenernos
vivos y mantener viva la biosfera, lo tornaremos todo
frágil. En la medida en que proscribamos al resto de los seres
vivos, empobreceremos nuestra propia especie para toda la
eternidad. Si acabamos renunciando a nuestra naturaleza genética
frente al raciocinio ayudado por las máquinas, y si
también renunciamos a nuestra ética y nuestro arte y nuestro
significado mismo, a cambio de un hábito de divagaciones
despreocupadas en el nombre del progreso, imaginándonos
como dioses y absueltos de nuestra antigua herencia, nos
convertiremos en nada.
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"A dazzling journey across the sciences and humanities in search of deep laws to unite them." --
The Wall Street Journal One of our greatest living scientists--and the winner of two Pulitzer Prizes for
On Human Nature and
The Ants--gives us a work of visionary importance that may be the crowning achievement of his career. In
Consilience (a word that originally meant "jumping together"), Edward O. Wilson renews the Enlightenment's search for a unified theory of knowledge in disciplines that range from physics to biology, the social sciences and the humanities.
Using the natural sciences as his model, Wilson forges dramatic links between fields. He explores the chemistry of the mind and the genetic bases of culture. He postulates the biological principles underlying works of art from cave-drawings to Lolita. Presenting the latest findings in prose of wonderful clarity and oratorical eloquence, and synthesizing it into a dazzling whole,
Consilience is science in the path-clearing traditions of Newton, Einstein, and Richard Feynman.