La fundación de Cartago a finales del siglo IX a.C. decidió durante muchos siglos el destino cultural y político de la cuenca occidental del Mediterráneo. Pero esta fundación no constituyó un acto aislado, sino que se inscribió en el marco de un vasto movimiento que atrajo a estas costas, a través de oleadas
sucesivas, a exploradores y comerciantes llegados de Oriente. Las dificultades que encuentra el historiador para recopilar estos acontecimientos son múltiples. Asegurar su realidad y su propio carácter, apreciar su importancia relativa, delimitar la cronología, suelen ser tareas arduas basadas en la crítica de todo un conjunto de datos literarios, arqueológicos, e incluso epigráficos, cuyo embrollo
ha contribuido, y no poco, a enturbiar la percepción de la expansión fenicia en Occidente.