El ser humano, desde los primeros momentos de su existencia, ha buscado incesantemente la paz y la felicidad. Sin embargo, estas metas a menudo parecen escapársenos de las manos, como si estuvieran fuera de nuestro alcance.
La verdad, sin embargo, es que la paz y la felicidad no residen en las cosas externas, sino en descubrir y experimentar la esencia inmortal del alma. El alma, eterna e inmutable, es la fuente de la perfección y la manifestación divina que trasciende el universo material. El mundo, con sus limitaciones e ilusiones, es sólo un velo temporal que oscurece esta grandeza interior.
La realización humana no reside en la búsqueda de algo fuera de uno mismo, sino en la autorrealización y la unidad con el «yo» universal, que es la esencia de Dios. Todo placer y dolor, todo ser y no ser, son sólo ilusiones pasajeras; el alma es la única realidad.
Al reconocer esta verdad, las barreras del mundo material desaparecen, dando paso a la libertad espiritual, que se revela en el autoconocimiento. La verdadera fuerza no reside en la superstición ni en la debilidad, sino en la comprensión de la propia naturaleza, que disuelve las limitaciones y revela la inmortalidad del alma.
El alma, libre de toda traba e ilusión, es la fuente de todos los ideales y valores que guían a la humanidad. Sus emanaciones reflejan verdades eternas que guían a los seres humanos en su búsqueda de la plenitud espiritual. Estos ideales se manifiestan en las ciencias, las artes y los valores éticos, y son la clave de la evolución humana.
Los conflictos que surgen entre los individuos provienen de una falsa identificación con el mundo exterior, una identificación que oculta la unidad espiritual que subyace en todas las almas. Cuando brilla la luz del alma, el progreso humano se hace inevitable, impulsado por el descubrimiento del propósito divino que reside en cada ser.
El alma humana, al buscar su camino de regreso a su esencia divina, trasciende las limitaciones de la forma y el tiempo. La evolución espiritual es el movimiento del alma, que busca volver a su estado original de perfección. Los errores y los fracasos forman parte de este proceso, ya que el alma aún necesita madurar y discernir el verdadero camino.
La renuncia, lejos de ser un acto de sufrimiento, es la liberación de las ilusiones que nos aprisionan a los deseos pasajeros y al sufrimiento material. Deja espacio para la manifestación de la felicidad eterna e inmutable del alma, que trasciende los placeres efímeros del mundo.
La libertad, por tanto, no se encuentra en escapar del mundo o negar los sentidos, sino en comprender correctamente nuestra esencia. La mente, cuando se alinea con el alma, se convierte en el vehículo a través del cual se revelan la verdad y la sabiduría. El control de la voluntad, clave de la evolución espiritual, nos permite superar las limitaciones físicas y mentales, allanando el camino para la realización de nuestro destino divino.
Es a través del dominio de nuestras fuerzas interiores como alcanzamos la auténtica libertad, una libertad que no se conquista fácilmente, sino con gran esfuerzo y autoconocimiento. El fin último de la vida humana es, pues, la plena realización del alma, que es la esencia sustancial del ser.
A.R.Ribeiro.