GETSEMANÍ
HOJAS CURATIVAS DEL JARDÍN DEL DOLOR
Description:... Este libro es el cumplimiento de un propósito largamente acariciado. Expresa los pensamientos y las oraciones de muchos años, y se publica con el devoto deseo de ministrar consuelo a algunos de los afligidos hijos de Dios.
¡Getsemaní! ¡Qué sagrados son los recuerdos que evoca esta palabra; qué profundas las emociones que suscita; qué tiernos los consuelos que respira; qué humanas las simpatías que revela; qué solemnes los misterios que sugiere!
Getsemaní como lugar está casi olvidado en Getsemaní como revelación. Se pierde de vista en el acontecimiento, queda eclipsado por la doctrina. En un mero lugar no puede haber santidad real. Sin embargo, si hay un lugar más que otro que, por sus asociaciones, pueda considerarse tierra santa, ese lugar, junto al Calvario del Sacrificio y al Olivar de la Ascensión, es el Getsemaní del Dolor.
Muchos lugares tradicionales son poco fiables; pero no cabe duda de que el valle del Cedrón, cerca del camino de Jerusalén a Betania, fue el escenario de la agonía y el sudor sangriento del Salvador. Más allá del curso de agua, al pie del Olivar, hay una pequeña parcela cerrada por una antigua y tosca muralla, bajo el cuidado de los monjes de un pequeño convento contiguo. Este lugar, durante muchos siglos, ha tenido la posesión indiscutible del nombre. En su interior se encuentran algunos olivos de gran tamaño, en parte deteriorados por su extrema edad. A su alrededor hay árboles similares de crecimiento gigantesco y venerable antigüedad. Aunque no estaban en pie en la época de nuestro Señor, es posible que sean el resultado de los mismos árboles bajo los que Él lloró y oró. El nombre indica que allí abundaban los olivos; Getsemaní significa "prensa de aceite" y sugiere típicamente el derramamiento del aceite sagrado de la fe y la paciencia, bajo la presión del dolor. Entre estos vetustos y elocuentes testigos de la historia sagrada, el camino sigue conduciendo a Betania.
El jardín se encuentra a unos cientos de pasos de la puerta de la ciudad. Saliendo de las estrechas calles y de las viviendas estrechamente apiñadas, tras unos minutos de rápido descenso nos encontramos en una soledad boscosa, y en el silencio de la noche nos sentimos tan retirados del mundo como en un desierto. La única señal de estar cerca de una ciudad es el muro de piedras macizas que se extiende hacia el sur en la cresta de la cresta rocosa, hasta que termina en el ángulo agudo que marca el límite de la zona del Templo. Frente a nosotros está el Olivar, que se eleva no mucho más alto que el monte Sión. Las estrellas silenciosas centellean a través del follaje, y la luna proyecta amplias sombras desde los grandes troncos, como en la antigüedad.
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